domingo, 6 de mayo de 2018

Mercedes Gómez de la Cruz

Entre esas voces que salían de Sonidos de Rosario, como conté, nos llamaron la atención 3 por sobre el resto. Lo que buscábamos eran formas de narrar más que el texto en sí. Luego si esa voz "contadora" se alineaba con un buen texto se cerraba el círculo. Dos eran hombres y una mujer.
Como muchas veces las casualidades  nos empiezan a mostrar un sendero que siempre tratamos de seguir, por la fe, a veces ciega, que tenemos en el hacer.
¿Y cuál fue esa casualidad? Nacho había conseguido el dato de una escritora de poesías. Se la habían recomendado mucho. Y claro, resultó ser la misma  que me había contado sus poemas desde Sonidos de Rosario.
Él la contactó y Mercedes Gómez de la Cruz (de ella se trata) le preguntó si podíamos acercarnos a su casa para reunirnos.
En una no tan fría tarde-noche de invierno Nacho me pasó a buscar . Fuimos por Avellaneda, cruzamos el Viaducto y tomamos por Alberdi hacia la zona Norte de la ciudad. Mientras, hablamos. Conversamos de lo que más dialogamos desde que nos conocimos, de lo difícil que es llegar a vivir trabajando de periodista. Pero inmediatamente nos autoconsolamos creyendo en la felicidad que nos da hacer estas producciones. A lo que sigue la irrevocable convicción de Nacho de que algún día el esfuerzo va a volver.
Ya pasando la mitad del camino, sobre la Avenida Rondeau, empezamos a armar un pequeño diálogo que suponíamos llegar a tener con Mercedes.
Fuimos impuntuales, llegamos diez minutos antes de la cita. Estacionamos a unos 80 metros de la que luego sabríamos que sería la casa de Mercedes. Nacho encendió un cigarro y fumó tranquilo. Cinco, seis, siete pitadas y empezamos a mover las piernas hacia donde la numeración de la calle nos indicaba.
Esperamos para tocar el timbre que pasen unos minutos de la hora acordada para no quedar como muy ansiosos. Abrió Mercedes y dos perros a sus espaldas ladraron nuestra presencia. Subimos una escalera y entramos a una sala de estar que pertenece a una especie de estudio donde Mercedes realiza su arte. Nos pidió que la esperemos unos instantes. Ella subió otro piso. Nos sentamos.
Un par de minutos tardó en volver con nosotros y ofrecernos algo de tomar. Nos negamos y se lo agradecimos. Un breve silencio precedió la conversación.
Nacho tomó la palabra porque siempre es él quien sabe explicar mejor los proyectos. Y se lo explicó. Tengo la costumbre de mirarlo mientras habla porque sé que en algún momento me va a observar como pidiendo que intervenga y que me explaye con lo que está diciendo. Y me miró, e intervine. Sin saber bien que decir más que cambiar algunas palabras por otras de lo que él ya había dicho. Tal vez agregué algún ejemplo como para que parezca que dije algo diferente. Tratamos de mostrar lo que para nosotros es un proyecto grande y hermoso.
Mercedes preguntaba y nosotros respondíamos, opinaba y la escuchábamos, criticaba y aceptábamos, aconsejaba y asentíamos.
Redondeamos la charla, pusimos una fecha estimativa, nos abrió la puerta, bajamos las escaleras y salimos con los perros ladrando a nuestras espaldas.